viernes, 7 de septiembre de 2018

Que me lloren los muertos.


Eres suicida?
Ven y dame tu lengua,
Cantame tu sonrisa,
Y dibujame tu sonrisa.

Yo soy tu cáncer,
Tú última voluntad,
Rancia y azul,
Vómito entre tus dientes.

Cansate de mí,
Por tu propio bien,
Escupe mi nombre,
Dejalo caer en tu basura.

Que lo magullen las ratas,
Que lo orinen tus recuerdos,
La saliva de tus lágrimas,
Que me lloren los muertos.

viernes, 29 de mayo de 2015

El amor en tiempos de parafilias (tomo III)

Sabía que tendría que ceder, era de imperiosa necesidad que lo hiciera, de otra manera tendría yo que regresar a las oscuridades que albergo en mi interior… y ya no podía lucharlo más. Ella tendría que ser mía.

Hace muchos años desarrollé una obsesión muy marcada hacia ella, aprovechaba mi proximidad para saciar aquellos deseos nefastos y sucios. Me había convertido en una sombra tras su figura, siempre mirando, observando y salivando por ella. Cada oportunidad que me regalaba se convertía en una misión para dejar su esencia embarrada en mi entrepierna.
Perfume, ropa, lencería e inclusive un poco de la espuma seca en la almohada de su cama. Todo me envolvía en un placer de enormes proporciones y vasto en recuerdos. De vez en cuando recogía “souvenirs” para después esconderlos en las profundidades de mi alcoba.

Siempre fui muy cuidadoso de no mostrar alguna debilidad frente a ella o conocidos que pudieran advertirle de mis siniestras prácticas o que pudieran juzgarme y castigar mi lujuria al distanciarme de ella por siglos.

Así viví durante años, mientras en la adolescencia solo la quería como un objeto lúdico de entretenimiento, los años venideros alcanzaron mi madurez sexual y moral. Me sentía el ser más despreciable de la tierra por amarla, por querer disfrutar de esa lascivia que se contemplaba tan deliciosa, por saborear sus labios pequeños y de mimar ese cuerpo tan exquisito. Un manjar de mujer, pero prohibida por su sangre.

Las visitas que realizaba a mis aposentos eran constantes, rituales de fin de semana casi imposibles de evadir. Era una tortura a los huesos de mi apetito carnal. Era una maldición perversa. Más de mil veces me cuestioné él porque de mi desdicha, él porque me habría de enamorar de nadie más que de ella a sabiendas que era imposible poseerla y más de mil veces conforté mis ansias bajo el iracundo golpeteo del agua en mi espalda.

Entonces llegó el día, un día como cualquier otro sin saber que la noche que le procedía sería una llena de rojos escarlatas. Había bebido como mendigo en opulencia y había fumado para saciar el dolor. Esa oportunidad era mía y, como las anteriores, no la iba a desaprovechar.

Fue un vistazo a su vestido negro, su tímido escote y sus piernas de guerrera lo que me hizo titubear por un segundo, no me había convencido aún de la atrocidad que iba a cometer, aún era muy fresca la idea de tomarla a la fuerza, pero no importaba ya. Aún no caía la noche y mis intenciones se afilaban como dagas. Volví a observarle. Me levanté de mi silla y la llamé hacia la recamara.

Cerró la puerta tras de sí y miro mi temple con atención, notó el arrepentimiento en mi cara, mis ojos querían verle pero el horror a la que la sometería era demasiado para volcar mi mirada. Sin dudar, se acercó a mi oído y susurró: “-Hazlo-“.

La tomé del brazo con una fuerza desmedida, tanto así que dejo escapar un pequeño gemido, sin reparar en aquello, levanté su vestido, rasgué su calzón y acaricie su entrepierna, besé sus diminutos labios y mordí la carne de sus pechos. Introduje mi pene en su vagina y arremetí de tal manera que tuve que insertar los restos de sus bragas en su boca para evitar hacer ruido alguno. Culmine mi fechoría en poco tiempo pues, eran tantos años de esperarle que, la vehemencia de mis estocadas era pornográfica y ruin.
Volví a mirar su cuerpo maltrecho y ajado, bese su mano izquierda, su frente y su boca.
Volví al cuarto común y advertí que ella dormía y que gustaba de no ser molestada. Nadie preguntó más. ¿Cómo habrían de hacerlo? ¿Cómo sospecharían de un crimen tan atroz llevado a cabo por el familiar de la aún no conocida como “víctima”? ¿Cómo?

Al siguiente día recibí una llamada de teléfono. Su cuerpo había sido encontrado lleno de contusiones y sangre. Nunca sabrán que fue un sacrificio que ella hizo por el amor tan puro que yo le profesaba.


Les escribo desde mi mazmorra en lo más profundo de la cárcel de mi remordimiento. En su memoria. 

lunes, 9 de marzo de 2015

No seamos de esas parejas

No seamos de esas parejas,
Las que se tocan por tocarse,
No nos vivamos por vivirnos,
No nos acostemos porque sí.

Seamos de aquellas que se aman,
Enamorémonos al roce de los labios,
Al despunte del alba,
Al trago del primer café.

No quiero penetrarte y venirme,
Quiero experimentar tu sentido del humor,
Quiero que me hagas reír cuando nos recostemos,
Que una madrugada me platiques de ti.

De tu día,
De tu infancia,
De tus miedos,
Tus andanzas, todas.

Quiero besarte un día entero,
Mirarte a los ojos, decir te quiero,
Tomarte de la mano y sonreír.

¿Sabes por qué quiero todo eso primero?
Porque el sexo siempre será sexo, y solo eso,
Pero el sexo con amor, eso… eso merecemos.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Call Center

En algún momento de mi vida desconocía los call centers. Sabía que podía llamar a algún lugar a que solucionaran mi problema de telefonía o de televisión satelital, pero nunca imagine que llegaría a ser parte de la vida en la jungla del teléfono. Antes de que vinieran las mafias de los part-timers, los full timers y los Avayas wannabe. Esta es la historia de cómo un call center arruino cierta parte de mi vida.

Todo aquel que haya trabajado en un call center sabe de antemano que es dinero fácil, si se lo ve a objetivo; sin embargo los viejos lobos del océano telefónico saben bien que es solo un oasis en medio del desierto del Aux7. Es una tranza, una vil falacia. Pero, si bien es cierto, la comodidad de un trabajo en el cual te encuentras bajo el clima central de una oficina, en el confort de una silla y sin tener que hacer esfuerzo físico alguno, es una buena idea cuando te pasas el relajante training por el arco del triunfo.

Los primeras semanas son fáciles, asistes a conocer, platicar, escanear y en ocasiones hasta te vas de borracho con los nuevos camaradas. Bajas a escuchar como los representantes mendigan una llamada de supervisor con la esperanza que el cliente espere casi una hora del otro lado del teléfono, solo porque no puede obtener HBO gratis por tercera ocasión en el año. O peor aún, porque otro rep andaba de buenas y lo mando a chingar a su madre con esperanzas falsas y una sonrisa entre nalga y nalga. En fin, no es tu problema, piensas al principio y hasta te burlas, tiempo después, del poco aventurado que recibió la llamada del infierno.

Pasan las semanas y ahora si te topas con la pared, una hermosísima pared construida ladrillo por ladrillo, uno arriba de otro, pegados entre sí por la amalgama de mezcla y una que otra alma de un iluso que quiso salir corriendo en medio de la multitud, arrancándose los cabellos mientras platicaba con un tal Manuel-In, que claro que por supuesto que no existía. No era bonito tener que llegar a tu estación y tener que recordar las 1265.83 cuentas y contraseñas que iban a ser de tu vida un infomercial, o sea, la respuesta para el peor de tus males. En realidad, te estaban mandando al ruedo con un letrero de FUCK  YOU en la espalda.

Entra la primera llamada, estas solo, estas nervioso, el cliente habla, “Alo”, es un paisa, te alivianas pero sudas un poco porque no recuerdas la contraseña del sistema que abre la cuenta, ni la de sistema que abre la cuenta verificada, ni la del sistema que abre la concha de su madre, ni la del sistema que te pide su correo, su número de seguro social, el número que tiene en la cuenta, el número de su vecina la golfa. No recuerdas nada. Estas en blanco. Estás perdido en la selva y los supervisores te van a devorar, ya sienten tu miedo. “Alo”, sigue el cliente hablando por teléfono, contestas con una frase que vomitas de manera rítmica: - “Gracias por llamar a tal compañía, le habla Fulano, ¿en qué le puedo ayudar en este glorioso día en el cual todo es bonito y existen los  gatos en el internet?”-

(FLASHBACK, les juro que casi casi quieren que así contestemos las llamadas)

El cliente te dice: -“oye no me llego el bill, ¿me echas esa vaina pa’ atrás? Tu contestas: -“que por donde”-. -“La vaina, pa´atrás”-.
Y te bañas en aguas de María y dices: -“no le puedo echar eso por ningún lado, disculpe señor, creo que está llamando a la compañía incorrecta”-.  Cuelgas el teléfono y sonríes. Ya pasó, ya se fue. Pero tu aun estas en la jungla, espesa niebla corre sobre las mamparas, los maullidos y esos ruidos predadores se perciben entre las filas y filas de presas con auriculares. Tu supervisor se asoma por encima de las computadoras, huele tu confianza a sabiendas que bajaras la guardia y lanzará su feedback como colmillos directo a la yugular.

-“¿Por qué colgaste la llamada?”- y vuelves a sudar frío, sientes la humedad corriendo por tu frente, tu garganta se seca, las piernas languidecen, la voz se entrecorta. “Este, este, este…” te das por vencido y contestas, “no supe que hacer”. Te escondes en lo oscuro del rincón entre la computadora y la Avaya Nuestra que estás en el Site, santificado sea tu timbre. Te preguntas que haces ahí y como puedes salvarte de la jungla y sus corredores movedizos.


Tu supervisor se reduce a tu altura y te aclara: -“la vaina es como decir la cosa, eso, el objeto; echarla pá atrás significa que se lo pases de nuevo, que se lo vuelvas a mandar; habiendo dicho esto, el cliente quería que le mandaras una copia de la factura”-. Sientes las risas, burlas y hasta insultos de tus co-presas. Y sigues en llamada, una nueva, en la cual el cliente te pide que lo transfieras a “Cancelaciones”.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Silencio... Shhh


"Silencio...
Shhh...
Ya vienen por nosotros.

Silencio...
Shhh...
Son los encapuchados.

Silencio...
Shhh...
El gobierno les ha mandado.

Silencio...
Shhh...
43 contra el Estado...
Shhh..."

Joz Ibarra Osorno

martes, 19 de agosto de 2014

Duelo

Llevo este duelo ensimismado,
siempre justo y bien entendido,
intencional, implacable
al marchitar mi mirada en tus ojos.

Este duelo es
vasto como tu cielo,
largo como tus piernas y
bello como las despedidas.

Lo cargo en la espalda,
en los párpados y en las almohadas,
lo llevo al fin del mundo

para que lo sientas cuando me mires también.

jueves, 5 de junio de 2014

Inmóvil

Se ha quedado inmóvil la tarde,
los manojos de gotas de lluvia
y tu recuerdo quemado en mi pupila.

Todo en silencio,
Las canciones de tus caderas
Y el rojo de tus labios.

No hay sonido alguno,
Se han de haber muerto las calles
Que caminas sin mí.

Se ha quedado inmóvil la tarde,
Los manojos de gotas de llanto,

Y tú, recuerdo quemado en mi piel.